ALMAFUERTE






















Pedro Bonifacio Palacios, conocido por su seudónimo Almafuerte (San Justo, 1854 - La Plata, 1917) fue poeta y periodista. Se lo puede definir como un romántico tardío en momentos del auge del modernismo. A pesar de su condición de autodidacta, ejerció vocacionalmente la docencia. Alcanzó popularidad como periodista en algunas publicaciones provincianas. Tanto su labor pedagógica como el estilo de su oratoria, en un perpetuo tono de prédica y que exaltaba a los humildes, le valieron adhesiones y rechazos extremos. Su tono profético, el excesivo realismo y la agresividad impetuosa, que le valieron prestigio popular, fueron también muy criticados; se lo acusó de dejarse llevar por meras expresiones retóricas y carentes de delicadeza artística. Él, por su parte, despreciaba a los literatos y se proponía salvar a la palabra de la "decadencia" modernista. Durante la presidencia de Domingo Faustino Sarmiento ejerció como director de escuela. Cuando en 1896 fue apartado del magisterio por carecer de titulación oficial, se retiró a La Plata y se sumió en una depresión que se sumó a una penosa situación económica. La casa que habitó hasta su muerte fue, posteriormente, escenario de sentidos homenajes populares.

El soñador
Le aserraron el cráneo;
le estrujaron los sesos,
y el corazón ya frío
le arrancaron del pecho.
Todo lo examinaron
los oficiales médicos
mas no hallaron la causa
de la muerte de Pedro;
de aquel soñador pálido
que escribió tantos versos,
como el espacio azules
y como el mar acerbos.
¡Oíd! Cuando yo muera,
cuando sucumba, ¡oh, médicos!
ni me aserréis el cráneo
ni me estrujéis los sesos,
ni el corazón ya frío
me arrebatéis del pecho,
que jamás hasta el alma,
llegó vuestro escalpelo.
Y mi mal es el mismo,
es el mismo de Pedro;
de aquel soñador pálido
que escribió tantos versos,
y como el espacio azules
y como el mar acerbos. 






Fúnebre

La montaña que tiembla, porque siento
germen de cataclismo en sus entrañas;
el huracán que gemebundo emigra
quién sabe a qué región y qué distancia;
el mar que ruge protestando airado
de la ley del nivel que lo avasalla;
los mundos del sistema -¡tristes mundos!-
que al sol de Dios obedeciendo pasan
como en la arena de la pista el potro
a latigazos -¡noble potro!- salta;
no tienen sobre sí más amargura
que la que hospeda en sus desiertos mi alma,
porque yo arrastro sobre mí -¡y no puedo!-
como un cuerpo podrido, ¡la esperanza!



Ayer y hoy
Humilde como el voto del creyente,
bendito como el ángel de mi guarda,
tímido, solitario, romancesco,
fe y esperanza.

Como tú, virginal y sin mancilla,
como yo, visionario y entusiasta,
era el amor que te ofrecí; inocente,
como mi alma.

Ignoto, como ráfaga perdida,
ardiente, como lágrima callada,
torcido, desolado, borrascoso,
amor de paria.

Triste, como el destello de la luna,
solo, como la luna solitaria,
es el recuerdo de ese amor maldito,
como mi alma. 



Adiós a la maestra
Obrera sublime,
bendita señora:
la tarde ha llegado
también para vos.
¡La tarde, que dice,
descanso!... La hora
de dar a los niños
el último adiós.

Mas no desespere
la santa maestra:
no todo el mundo
del todo se va;
usted será siempre
la brújula nuestra,
¡la sola querida
segunda mamá!

Pasando los meses,
pasando los años,
seremos adultos,
geniales, tal vez...
¡Mas nunca los hechos
más grandes o extraños
desfloran del todo
la eterna niñez!

En medio a los rostros
que amante conserva
la noble, la pura
memoria filial,
cual una solemne
visión de Minerva,
su imagen, señora,
tendrá su sitial.

Y allí donde quiera
la ley del ambiente
nimbrar nuestras vidas,
clavar nuestra cruz,
la escuela ha de alzarse
fantásticamente,
cual una suntuosa
gran torre de luz.

¡No gima, no llore
la santa maestra:
no todo en el mundo
del todo se va!
¡Usted será siempre
la brújula nuestra,
la sola querida
segunda mamá! 


Comentarios

  1. Este comentario ha sido eliminado por el autor.

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  2. Agradezco el recuerdo de este poeta, un ser humano noble y sencillo pero consciente de la realidad.

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